Del infinito al infinitesimal

Desfile de modelos de Óscar de la Renta Jóvenes en Pakistán junto a un camión en llamas

«Cuando los hombres controlen los gobiernos, los hombres no necesitarán gobiernos.
Hasta entonces estamos jodidos».

[«Escritos de un viejo indecente», Charles Bukowski]

Titular de un diario digital de hoy: «La partícula de Dios no está, pero se la espera». La imaginación incontrolada me lleva a pensar en un Dios escondido detrás de una partícula, como oculto con vergüenza tras la partícula y con temor a que se la descubran y quedar en cueros. «Vaya, me habéis pillado; os ha costado millones de años, pero al final habéis demostrado gran astucia al escarbar en el interior de vosotros analizando el genoma, mirando al interior del planeta estudiando un núcleo inaccesible, alzando la mirada al cielo para examinar la infinitud del Universo, acercándoos paulatinamente cada vez más a lo infinitésimo y deshojando esta cebolla de sorpresas en la que había escondido la llave del secreto de la vida.» Algo tendrá que decir, supongo, cuando salga a la luz; y no me extrañaría que el primer científico que lo vislumbre le pida tres deseos como si fuese un genio de la lámpara. Seguro que más de uno, piensa que «como lo vea yo, ¡no va a llevar frío! ¡dejarnos tan desamparados! ¡tantas muertes gratuitas en Pakistán!». E imagino a los científicos en el CERN con su flamante HLC observando un discreto bosón de Higgs con vestido oscuro paseando sobre una alfombra roja como si presenciasen un desfile de Óscar de la Renta. Resulta extraño pensar que al mismo tiempo que un niño reparte kleenex en un semáforo otro niño de similar edad altura peso e inteligencia llora porque no ha superado su récord de puntuación en la Wii. Siempre el relativismo y el absolutismo. No es imprescindible que existan los cuchillos de sierra ni los ratones inalámbricos, ni siquiera necesario, pero no se puede concebir la vida sin discutir si el queso se corta con el de sierra. Como si quisiésemos comprender en qué medida Özil está triste después del sábado a pesar de la magia.

Ejército Enemigo

Braguitas de novela

«Un pie en el barro y el otro en el cuento de hadas. El ciudadano se ignora a sí mismo.»
[«Ejército enemigo», Alberto Olmos]

Supongo que Alberto Olmos lo primero que hizo fue coger una libreta y empezar a pensar en los temas más rabiosamente actuales. A ver, las ONG, sí, con su solidaridad muchas veces mal entendida. A ver, la publicidad, sí, que nos rodea y abruma con cada vez técnicas más disparatadas. A ver, la ciudad y los barrios empobrecidos, sí, que así da pie a hablar de la despersonalización, de la globalización por la variedad de colores de piel, de la falta de identidad. A ver, internet, sí por supuesto, para explicar los procesos de comunicación modernos, internet como extensión de nosotros mismos, y la peligrosa privacidad que se nos esfuma entre el cobre de la Red. A ver, el capitalismo, sí claro, que con la crisis da mucho juego. A ver, la pornografía, sí, que tiene una relevancia social tremenda desde su ostracismo (y bueno, porque el autor se confiesa un gran fan del porno). A ver, mmm, bueno, no se me ocurre ningún otro asunto tremendamente actual, con estos tengo bastante.

Y cuando Alberto ya tenía todos los temas, se le ocurrió una idea para combinarlos y que quedase coherente que es tan in que parece off: parecer rabiosamente incorrecto. Sí, eso que está tan de moda ahora en las entrevistas y que consiste en criticar lo políticamente correcto. Pasarse al lado oscuro pero sin la calefacción demasiado alta y con cerveza. Y así hilar un grito de inconformismo que se plantea los cimientos de la solidaridad moderna y de lo molón que queda muchas veces donar sangre, ir a una mani, no insultar a quién se cuela en el súper y donar un dinerillo para las eventuales grandes catástrofes naturales. Y a vivir.

¿Algo que resaltar? Pues sí, porque la verdad es que se trata de un escritor joven con ideas elaboradas, bien expresadas, y que casan bien en el guión de esta novela «obscenamente actual». Durante la lectura pensaba en cómo se interpretaría su argumentación pasado el tiempo:

«Me gusta que mis expectativas de éxito sean casi indistinguibles de mis posibilidades de fracaso.»

«Todo anuncio es un anuncio de un anuncio.»

«Yo era normal, como ahora, de esas personas que hacen girar el mundo. Vamos, que trabajan y consumen, sin gilipolleces.»

«¿La solidaridad? ¡Oportunidad de negocio! El capitalismo aplicado a un sector en auge: la culpabilidad.»

«¿Mañana hay mani? ¿Quién se toma en serio una protesta que se hace el domingo por la tarde? ¿Quién hace algo en serio los domingos por la tarde? Dime dónde estás los lunes y te diré por qué el sistema funciona.»

«internet nos dejó sin intimidad, pero nos había dado en compensación un nuevo derecho: el de permanecer.»

Y mucho más en una novela, en general, aconsejable para estudiar la solidaridad actual. Para que nos planteemos los cimientos de los procesos de sensibilización, concienciación, acción social, o como quiera llamarse. Para hacerse más fuerte una vez cuestionado el sentido de la movilización.

Rebelde (de cartón-piedra Ikea)

Si en mi imaginación el cuento empieza en una mesita de cafetería con una pareja y él está apagando con saña su cigarro en el cenicero entonces ya no es válido porque la gente ahora fuma de pie en la calle, sujetando el codo de la mano que fuma con su otro brazo, o con una mano en el bolsillo en el periodo invernal. Y si no vale apagar el cigarrillo, me pierdo entre la legislación vigente y el cuento se pierde entre la verosimilitud forzada. No puedes intentar aislar el cigarro y buscarle un nuevo escenario, así que el hombre, pongamos Marcos, termina de apagar su cigarro y levanta la mirada hacia la mujer, pongamos Marta, que tiene un tatuaje cursi de una mariposa cerca de la yugular, para preguntarle qué le parece lo que ha dicho Alberto Olmos en El Cultural. Marta, claro, no ha leído nada, ha estado en la oficina todo el día, ha hecho la compra y ha quedado con Marcos en la cafetería de las mesas de mármol negro en la que el marco de todos los cuadros es blanco. De hecho, ¿quién ese ese Olmos? Si lo único que ella ha leído de ese tipo son unas palabras en el blog de Luna Miguel: «Cuando estás enamorada, ¿qué pasa? ¿No te corres?.» Ni siquiera a mí, narrador de este post, me interesaba hasta que supe que fue finalista del Premio Herralde el año que lo ganó Bolaño con Los detectives salvajes. Marta inquiere con la mirada, ya con curiosidad, mientras Marcos se saca de la manga un ejemplar de la revista y empieza a leer fragmentos: «todos esos artistas que disfrutan de vidas regaladas desde que vinieron al mundo, que jamás les ha faltado trabajo ni han tenido que cargar cajas ni atender en un call-center» -a mi pueblo vino uno de esos artistas a vendimiar pensando que se trataba de una labor romántica, algo así como una mezcla de Un paseo por las nubes y el olor embriagador de un ribera viejo y el sabor reciente de la uva recién cortada, iluso, pobre iluso-, «que los artistas vengan a darme lecciones sobre cómo salvar el mundo me irrita profundamente», «la solidaridad hoy en día es una forma de ocio, una ficción para gente con mucho tiempo», a lo que Marta contesta que puede que algunos solidarios lo sean por presión social, por esa presión social que mancha tu conciencia para que dones una parte de tus ingresos a una ONG o por seguir la corriente del buenismo actual, pero que también existen personas comprometidas a fondo y sacrificadas, «sí, pero me ofende esa gente que disfruta del capitalismo y sus ventajas pero que como está afiliado a Unicef, se siente libre, va a manifestaciones y da lecciones para salvar el mundo», bueno, no deja de ser un alien solidario moderno, pero te repito que los hay coherentes en su austeridad, «hay gente que escribe muy bien en internet, pero eso no significa que tenga algo que contar y narrar», ya me has cambiado de tema, y eso es una perogrullada, si todo internet mereciese la pena desaparecerían las editoriales en su papel de identificadoras de la calidad, «es que vivimos en un tiempo en el que la estupidez y la maldad han concertado su poder destructivo; y no descubro nada al señalar que nuestra civilización se asoma a un ocaso sin épica ni grandeza.» Bueno, eso no lo dice Olmos, pero seguro que los suscribe, un ocaso sin épica, sin grandeza, un final tedioso e inevitable.

Un final tan triste, en el que se puede equiparar la satisfacción al montar una cómoda de Ikea a la complacencia después de retuitear los eslóganes más ingeniosos de la primavera árabe.

Acampada al sol


Revueltas en la Puerta del Sol

Desde un pequeño pueblo de un rincón manchego las protestas de DemocraciaRealYa!, #acampadasol, #nolesvotes, #yeswecamp o como quiera que se quieran denominar, se vislumbran como borrosas en la lejanía, y quizá por eso hacer un juicio de valor podría ser peligroso. Además, es difícil analizar una situación como esta protesta de indignación en la que miles de personas están en la calle gritando su desamparo, su inconformismo, su indignación, pero ¿contra quién? ¿contra qué?

Anteayer leí el celebérrimo librito «Indignaos» de Stéphane Hessel, «un alegato contra la indiferencia y a favor de la insurrección pacífica», como reza la portada. No se podrían definir mejor las protestas actuales que con ese sobrenombre. Algunas de las ideas que desprende el libro merecerían largos debates: «la sociedad no puede claudicar ni dejarse impresionar por la dictadura actual de los mercados financieros que amenaza la paz y la democracia» o «existen dos grandes desafíos en la actualidad: 1) la inmensa distancia que existe entre los muy pobres y los muy ricos no para de aumentar y 2) la situación de los Derechos Humanos y del Planeta.» Me ha dado la sensación de que el autor quería hablar de demasiado en pocas páginas. No obstante, en la mayor parte del libro se comentan situaciones «fáciles» como las revueltas contra la Segunda Guerra Mundial o la realidad de Palestina, donde me refiero a «fácil» porque era evidente contra qué luchar y por qué.

Pero la situación actual es diferente: inconmensurablemente compleja, sin enemigos bien definidos, sin objetivos bien marcados, sin problemas acotados. Es evidente que el mundo no es tal y como nos gustaría, sobre todo para nosotros, integrantes de esta generación perdida que ha de cargar sobre sus hombros la pesada mochila de la especulación inmobiliaria, de la crisis mundial, de los recortes sociales y de tantos factores que ni es necesario enumerar. Los pre-parados tenemos jodido y encima estamos cabreados porque la culpa no es nuestra: nos hemos encontrado la basura al abrir la puerta.

Un momento, un momento. Estamos indignados por la situación actual, por los recortes sociales, por tener que trabajar más años con menos capacidad adquisitiva, por ¿tener menos dinero? Entonces estaríamos reduciendo el problema al objetivo de los dardos de las protestas: el poder económico. Algo como la pescadilla que se muerde la cola: cuando los albañiles de veinte años tenían bemeuves no había indignación y ahora tiramos piedras contra el poder político sometido al poder económico. Pero el problema es mucho más complejo.

Y eso precisamente duele. Duele ver cómo se frivoliza con una realidad tan sumamente compleja, cómo los jóvenes se lanzan mensajes de ánimo y diversión para ser cómplices de unas protestas que molan un huevo, porque somos unos revolucionarios, y a esto «lo llaman democracia y no lo es», y «no somos antisistema sino que el sistema es antinosotros». Y me pregunto, ¿realmente se pueden digerir las protestas en los 140 caracteres que permite twitter? ¿Cabe una ballena azul en el estómago de un ratón?

He estado leyendo el manifiesto de DemocraciaRealYa! y algún otro panfleto de las revueltas y, la verdad, me han parecido muy difusos, no concretan solicitudes, simplemente plasman una idea vaga de que otro mundo es posible. Yo también creo que otro mundo es posible, pero no confío en derribar el tinglado y empezar por los cimientos. Eso es dejar de lado la condición humana y el mismo Stéphane Hessel lo dice en su «Indignaos». Considero que se deben canalizar las protestas y aspirar a concretar solicitudes. Porque me gustaría ir a Sol y preguntar a algún indignado: ¿hasta cuándo vas a acampar? ¿qué tiene que suceder para que abandones la plaza?

A pesar de todo, apoyo personalmente las propuestas incluso aunque no tengan ningún fin porque al menos los dirigentes políticos serán conscientes de que los ciudadanos ya no se los creen. Que gracias a los nuevos medios de comunicación se conocen los tejemanejes de algunos desconsiderados y la «dictadura de los mercados». Que el bipartidismo no es el modelo de democracia ideal. Que la separación de poderes es más de papel que de tijera. Que se aspira a un mundo mejor.

El hombre que mató a Osama Valance


Liberty Valance con Tom Doniphon

No tengo twitter, aunque no sé por qué, seguro que algún día me hago uno. Es entretenido leer las opiniones de las celebridades y algunos tweets, creo que se escribe así, son muy divertidos. El otro día me tropecé en el twitter del gran columnista David Gistau con un tweet que me llamó especialmente la atención: «Obama es el primer negro de la Historia tratando de convencer al mundo de que él sí mató a un hombre.»

A raíz de ese mensaje me acordé, a saber porqué, de una gran película: El hombre que mató a Liberty Valance, uno de los últimos westerns genuinos, por supuesto, dirigido por el insoportable borrachín de John Ford. Si no has visto la película difícilmente entenderás la relación entre Liberty Valance y Bin Laden y entre Ransom Stoddard y Obama, pero es que si no has visto El hombre que mató a Liberty Valance es altamente improbable que leas este blog.

El filme narra una historia con tres protagonistas: James Stewart como Ransom Stoddard, John Wayne como Tom Doniphon y Lee Marvin como Liberty Valance. Un pueblo del Oeste en el que se entrecruzan los destinos de tres hombres totalmente opuestos. Ransom llegó al pueblo con un morral en el que traía ¡libros!, buenas intenciones, ideales de justicia y un diploma de recién licenciado en Derecho. Pero, vaya, no se le había pasado por la cabeza hacerse con un maldito revólver. A su vez, Liberty vivía asido a su látigo con empuñadura plateada, infundía respeto –perdón, miedo- y sonreía con una seguridad que dejaba traslucir malas intenciones y peores acciones. Por último, Tom, el tipo duro de siempre, con su corazón ya comprado por una joven cocinera y el honor aún intacto. Digamos que se trataba de ver quién era más fuerte, si la racionalidad con ansia de justicia, la represión autoritaria o la honestidad. En fin, una lucha entre el libro, el revólver y el honor. Pero, como suele suceder en este tipo de duelos con tan cualificado personal, nadie vence.

En la peli pronto sentimos empatía hacia Ransom por sus buenas maneras, como ha logrado siempre Obama. Alguien mata a Liberty para liberar al pueblo, algo parecido a lo que buscaba EE.UU. suprimiendo por fin a Osama. Y luego está Tom, John Wayne, que ya no va a poder ir al quiosco a comprar la SuperPop.

Como si eso sirviese para algo


Ernesto Sábato (www.guapacho.net)

Hay libros con los que uno se tropieza casi sin darse cuenta. Me sucedió con El túnel cuando tenía unos diecisiete. Lo empecé a leer una tarde de domingo simplemente porque era más finito que sus vecinos de estantería, unas ciento veinte páginas que me absorbieron sin pedir permiso a mi voluntad. Lo abrí y empecé a leer como quién no quiere la cosa sentencias del tipo «uno se cree a veces un superhombre, hasta que advierte que también es sucio y mezquino» o «vivir consiste en construir futuros recuerdos» o «gente que andaba de un sitio a otro, como si eso sirviese para algo.» Sentencias firmes y sencillas que taladraban una mente maleable y adolescente y la llenaban de desamparo junto a otros tropiezos existencialistas como La náusea o El extranjero.

Y ahora, a los 99, ha muerto el escritor que decía que «con los años se llega a saber que la muerte no sólo es soportable sino hasta reconfortante.» Sábato ha tenido mucho tiempo para acomodarse, sin duda. Algo así le pasó también a Márai, que duró hasta los 89. Sólo que él se suicidó a esa edad. Parece casi un suicidio frustrado: a esa edad ya no tiene sentido, es como si Ian Curtis hubiese dicho «me cuesta mucho vivir, pero mejor me espero en este calvario», ¿o pensaba durar otros noventa años? Precisamente de esa edad habla García Márquez en una controvertida novelita: «No obstante, cuando desperté vivo la primera mañana de mis noventa años en la cama feliz de Delgadita, se me atravesó la idea complaciente de que la vida no fuera algo que transcurre como el río revuelto de Heráclito, sino una ocasión única de voltearse en la parrilla y seguir asándose del otro costado por noventa años más.» Y Sábato, a menos de dos meses de hacerse centenario, ha optado por voltearse pero hacia el otro lado.

Hormiguitas negras


Ana María Matute (laclavecultural.blogspot.com)

Todo está relacionado. En mi pueblo, para exagerar y separar conceptos totalmente dispares, dicen ¡pero qué tendrá que ver el tocino con la velocidad! Pues mira por dónde, mucho, porque cuanto más tocino tengas en los michelines menos velocidad alcanzarás. Y eso que es una frase hecha para burlarse de conceptos imposibles de relacionar. Todo está relacionado. También Ana María Matute y Tony Soprano.

Ayer, Ana María Matute pronunció su obligado discurso en la ceremonia de entrega del Premio Cervantes. La escritora, tan sencilla en su «vida de papel», con esa humilde fragilidad nada disimulada, dictó un emotivo alegato en pos de la imaginación, de la invención, del mundo que habita en nuestro interior. Una lectora siempre sorprendida: «¿cómo es posible que de aquellas páginas de papel, de aquellas hormiguitas negras que las surcaban se levantara un mundo ante mis ojos, mis oídos y mi corazón de niña? ¿Qué clase de magia, de sortilegio era aquel que sobrepasaba cuanto yo vivía y cuanto vivía a mi alrededor?» La puedo imaginar a sus cándidos diecinueve llamando a las puertas de la editorial Destino con el manuscrito de su primera novela «en un cuaderno escolar, cuadriculado, con las tapas de hule negro.» Tenía claro su lugar en el mundo, en su mundo de sueño y fantasía, porque «el que no inventa no vive». Su felicidad, su pasión, era empezar con un «Érase una vez» que la arrojase al mar de la imaginación.

Entonces me acordé de Tony Soprano, protagonista de Los Soprano, jefe de una vasta familia de mafiosos americanos de pasado italiano. Pensé en la felicidad de Tony contrapuesta a la de Ana María. Cómo ella sufrió la miseria de hacer «interminables colas para conseguir pan y patatas» y, sin embargo, alcanzó su más profunda felicidad navegando entre las páginas de los sueños y las ilusiones. Y Tony, infeliz en su poder más su dinero más sus amigos más su ostentación más su mejor whisky del mundo más sus apetecibles amantes. Refugiando su fracaso personal en una psiquiatra de prestigio a pesar de tener a una esposa fiel y en una parvada de patos a pesar de tener un yate.

Como si la imaginación de Ana María tuviese más valor que todo el dinero que Tony había gastado y ahorrado en su vida. Esas hormiguitas negras.

Obsoletos o despeinados por el viento

Obsoletos
Almacenando fotos en disquetes (julio 2010).

Tan deprisa. ¿Dónde queremos ir tan deprisa? Una evolución tan vertiginosa: tanta población, tantos medios, la profesionalización, la alienante profesionalización, la investigación, la darwinista investigación, la cresta de la ola encima de la cresta de la ola sobre la cresta de la ola. Del iPhone al iPhone 4 en tres años y un abismo tecnológico. Como esa cámara digital que almacenaba fotografías en disquetes, ¿qué es un disquete? ¿Qué resolución tendría la cámara, un megapíxel? ¿Cuánto se tardaría en visualizar una foto en la diminuta pantalla LCD? Si te paras estás muerto, ergo hay que moverse y correr, como el juego de al escondite inglés pero a la inversa. Lo malo es cuando no sabe dónde (hu)ir.

Japón quería navegar sobre la cresta de la ola más elevada, quería ser la punta del iceberg tecnológico y tener muchas lucecitas de colores encendidas por la noche para iluminar los karaokes y las lámparas de los jugadores de playstation. Necesitaba imperiosamente energía para poder investigar y desarrollar nuevos prototipos de visión 5D con realidad aumentada para los cinco sentidos antes de que los países perseguidores le arrebatasen el trono del ocio tecnológico. Energía en un país superpoblado demasiado pequeño como para ser autosuficiente explotando recursos naturales como el sol, el viento o los ríos y demasiado pragmático como para importar megavatios a la vecina Rusia. ¿No habíamos dicho que si te paras estás muerto? Pero, ¿y si corres no avanzas también hacia un barranco de caída fatal?

En España, mientras, a ciento diez, ni paseando en la pobreza ni en una frenética carrera. Así no nos despeinamos.