¡Europa!

Zweig

The weight of the world is in our hands, right
straight as my oath that I live by
don’t even know what we’re fighting for.

[Misery Company, Kaiser Chiefs]

Haya querido la providencia que devore las últimas páginas de «El mundo de ayer: memorias de un europeo», la autobiografía del judío austríaco Stefan Zweig, en este contexto socio-político tan inestable e impredecible y en unas semanas en las que se anuncia el acuerdo para que Gran Bretaña abandone la Unión Europea, Italia se limpia los mocos con las recriminaciones europeas a sus próximos presupuestos, unos catalanes inician huelga de hambre por considerarse presos políticos, una formación extremista se abre paso en autonómicas nacionales y el gremio de los politólogos se rasga las vestiduras por la marcada tendencia centrífuga de los resultados electorales a lo largo y ancho de nuestro viejo continente.

«El mundo de ayer» es un imprescindible incuestionable de esos que no necesitan recomendación. Más aún, casi considero indigno atreverme a comentar algunas ideas y sensaciones transmitidas en un libro tan lúcido y conmovedor, un libro donde cada página es un regalo en forma de minuciosa descripción, de amena anécdota, de curioso secreto o de reflexiva idea. Y si alguna nota quería adjuntar casualmente hoy han sacado del horno un artículo titulado Ver la historia desde el palco que ronda el concepto de las devastaciones inexplicables y la inocencia con que recibimos modificaciones legislativas con recorrido de fondo.

Imaginar conflictos bélicos tan terribles como las dos grandes guerras del siglo veinte que sufrió Zweig se antoja, a día de hoy, tanto simplista como alarmista, incluso a pesar de los indicios y paralelismos en los comportamientos sociales, así como en la gestión política del miedo y el odio que toleramos en la actualidad. A pesar de la distancia, no obstante, es inevitable estremecerse en una analítica narración del caldo de cultivo que desemboca en una guerra: el odio intrínsecamente nacionalista al diferente, el miedo a la incertidumbre, la utilidad de la propaganda incisiva, la financiación de material bélico por empresarios poderosos y, sobre todo, la deslealtad y la mentira como herramientas infalibles para la movilización interesada de las masas.

La genial y actual radionovela Guerra 3, en su entradilla, repite: «¿Cómo empieza una guerra? Los libros de historia nos dicen que al principio de todo hay una explosión, un disparo. Un país invade otro, alguien muere, mueren cientos o miles. Pero no es cierto. Las guerras empiezan mucho antes del primer disparo.» Zweig esboza como un frío visionario el ascenso de Hitler y el contexto social alemán durante aquellos determinantes años treinta. Poco importa que lo relatase a posteriori, lo relevante es entenderlo y aprenderlo más allá de recursos literarios de advenimientos predichos. Pero si algo demuestra la historia es que se repite y no se aprende a corregir errores, como si fuese algo innato a nuestra genética.

En la base de toda la autobiografía subyace la idea de la Unión Europea a la que aspiraba el escritor judío y que se materializó mucho después de que él pudiese conocerla. Siempre he pensado que el hecho de cursar un año académico como Erasmus ha determinado mi concepción de Europa, tan afín a las ideas de Zweig: la necesidad de la unión, la solidaridad, la fusión cultural, el respeto, el entendimiento con concesiones y el progreso común. Más allá de efectos secundarios, errores cometidos e inconvenientes inherentes a las «super-administraciones», los hechos han demostrado durante décadas las bondades de la Unión. ¿Sabremos cuidarla como se merece o preferimos asomarnos a abismos conocidos?

Stefan Zweig, de cuna pudiente, amigo de los hombres más relevantes del siglo veinte, felizmente casado y rico se suicidó en febrero de 1942 pocos meses después de publicar «El mundo de ayer».

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