2021, tanta paz lleves


Un día especial para Sonny Colbrelli.

Per far la terra ci vuole un fiore
per fare tutto ci vuole un fiore.

[Ci vuole un fiore, Sergio Endrigo]

Quizá haya gente que vaya a conservar un recuerdo grato de este 2021 ya expirado. No seré yo, sobre todo en el último tramo del año, la verdad.

Incluso al revisar las lecturas destacadas del año percibo que todo conduce a la tristeza y la desesperanza: la muerte de un hijo de 6 años, la agonía del mundo rural, el atentado contra Charlie Hebdo, la muerte de un hijo de 3 años (otro), el dopaje en el ciclismo de élite, la juventud española sin futuro. Literatura como ratificación y no como evasión:

  1. Mortal y rosa (Francisco Umbral) – Más aquí.
  2. Feria (Ana Iris Simón) – Más aquí.
  3. Miss Marte (Manuel Jabois) – Notable novela del periodista gallego sobre desapariciones extrañas en un ambiente asfixiante en una aldea de su tierra.
  4. Imposible (Erri de Luca) – Alpinistas de vuelta de todo, nunca mejor dicho.
  5. Un amor (Sara Mesa) – El mundo rural cuando se le quita la mística y las ventajas fáciles.
  6. La hora violeta (Sergio del Molino) – El maño dice que no existe en castellano una palabra para designar al padre que pierde a un hijo porque ese sentimiento no cabe en ninguna caja.
  7. El colgajo (Philippe Lançon) – Nadie quiere ser protagonista en un atentado sangriento, pero a Lançon le tocó sufrir el de Charlie Hebdo en París.
  8. Cómo ganar el giro bebiendo sangre de buey (Ander Izagirre) – Historias de épica, engaño y traición del Giro de Italia desde su génesis hasta la actualidad.
  9. Decálogo del buen ciudadano (Víctor Lapuente) – Casi un libro de ética moderna.

La tele se suele encender para poner los Cantajuegos o Sam, el bombero, pero también las escasas pelis disfrutadas conducen a la amargura, como la genial alegoría de la violencia de La cinta blanca o el excelente documental Traidores sobre etarras arrepentidos (de Jon Viar, hijo de un psiquiatra que fue etarra y estuvo encarcelado, un documental imprescindible para conocer esa cara de la historia reciente). Por rescatar algo, Patria y The new Pope.

A principios de año, una nevada histórica, tan inaudita que ni los más mayores del lugar recuerdan algo similar, acarreó tantos contratiempos que creo que no pude mirar la nieve con gozo ni un segundo. Durante semanas incluso temimos que los cien pinos hubiesen muerto por congelación en la nieve tras soportar noches a menos quince grados; a la postre, y tras una primavera de hojas amarillas, solo uno se quedó en la estacada. Después de muchos años de estabilidad en el consistorio, estos meses hicieron las maletas tanto la secretaria como el alguacil, ambos insustituibles en su profesionalidad. También se marcharon a la otra vida mi teléfono móvil y mi ordenador portátil, tras casi seis años y diez años y medio de convivencia, respectivamente. En su último suspiro, se dañó el disco duro del portátil y solo quedó la opción del rescate millonario de los ficheros que han marcado mi vida. En primavera me invadió un virus que se marchó sin despedirse ni decir su nombre (y no era covid).

Ha sido un año tan deprimente que las vacaciones se limitaron a un fin de semana en una estación de tren abandonada y abarrotada de mosquitos junto a un polígono industrial de un pueblo de Soria. Volved a leerlo para llorar conmigo. Un año tan desolador que, un día de septiembre, mi hermana nos llevó a comer en un «restaurante» que no tenía ni cerveza ni café. Tan triste que en febrero pagué un domingo por ver un concierto ¡en la tele! Y me preparé un gintonic y me aburrí con Xoel López porque así estaba predestinado y porque los peques revoloteaban por el salón y, sobre todo, porque Xoel no era el de siempre sino que tres o cuatro mujeres le cantaban nuevas canciones. Un año tan nefasto, incluso, que en el sorteo de lotería navideño ni siquiera tuve que ir a la administración a cobrar veinte euros, quizá por primera vez en la vida. Un año tan olvidable que quedó jalonado de pérdidas, de incendios dramáticos y de otros desvelos que mejor no plasmar aquí.

Incluso a nivel deportivo ha sido el peor año del siglo, casi podría contar con las manos las salidas a trotar por el campo y a pasear en bici, con la excepción de los entrenamientos en carretera durante los dos meses de verano. Qué paradójico que el único recuerdo grato sea el de mayor sufrimiento, una exigente ruta por la serranía conquense a dúo bajo lluvia amenazante de más de cien kilómetros, más de 2.000 metros de desnivel y más de cuatro horas de pedaleo. Y el Real Madrid no ganó otra Copa de Europa. Por rescatar algo, el espectáculo épico de la París-Roubaix, como si el tiempo hubiese retrocedido en el infierno del norte y los adoquines se hubiesen vuelto a llenar de charcos y barro para gloria del italiano Sonny Colbrelli.

Solo queda la suerte de poder tener ojos renovados para ver el mundo:

  • La cena hoy todo riquísimo, pero la sopa el otro día estaba terrible. Mamá, el próximo día estate más atenta.
  • Papá, me gusta mucho Madrid porque hoy había tarta de chocolate con fresas.
  • Papá, te quiero hasta el cielo y cien vueltas a Júpiter.
  • Papá, al que más quiero es a Alfonso. Tú estás el último y no se puede hacer otra fila.
  • Papá, esto sabe a zumo de jamón york.
  • Papá, ¿dónde está el horizonte?
  • Mamá, hoy solo me he caído una vez, mejor que cuarenta veces, el primer día me caí cuarenta veces.

Y sigue viviendo en un mundo paralelo:

– Cayetano, deja ahí la cerveza y la cocacola y ahora le preguntamos a mamá si hoy toca aperitivo.
– Papá, si aquí mandamos tú y yo.

Y nos sigue enseñando modos de vida:

– Papá, ¿te gusta más Beteta o Castellón?
– Prefiero Guadalajara.
– Guadalajara no existe, es una fruta.

Y ese día reservamos las mondaduras de las guadalajaras para las gallinas.

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