Monasterio de Santa María de Moreruela (o el silencio)


Girola a la intemperie en la iglesia de Santa María de Moreruela.

Su madre lo vio muy claro y le dio unas alas,
le dio unas alas.
Y su padre entre los miedos la acompañaba,
la acompañaba.
Si tienes que buscar, anda y busca,
siempre aquí tendrás tu casa.
Y el destino la enfrentaba a una jugada,
que no pudo rechazar.

[Quiero y duelo, Karmento]

El Monasterio de Santa María de Moreruela se ubica en un valle alejado del mundanal ruïdo del municipio de Granja de Moreruela, provincia de Zamora. Sobreviven allí las ruinas de un muy antiguo y majestuoso monasterio cisterciense del siglo XII que remarcan la poética de la decadencia y que inspiraron versos a Unamuno tras su visita un domingo de Resurrección de 1911:

¡Qué majestad la de aquella columnata de la girola que abre hoy al sol, al viento, y a las lluvias! ¡Qué encanto el de aquel ábside! ¡Y qué inmensa melancolía la de aquella nave tupida hoy de escombros sobre que brota la verde maleza!

Llegamos allí una muy fría mañana de febrero como primeros turistas del día, todo un monasterio para nosotros en la quietud de un invierno soleado y helado. Siempre me llevas a sitios donde no hay nadie. No le confesé, claro, que habíamos recorrido más de cuatrocientos kilómetros solo para ir allí, a pasear entre la vegetación que invade la piedra tallada, a mirar al cielo que rompe el ábside, a sentir la oración en el refectorio destechado, a sospechar el deambular de los monjes por el claustro, a entender el sentido que buscaban a la vida en una pequeña celda hace casi mil años, a atravesar la girola umbría alrededor de los perfectos absidiolos, a sentir la soledad en la planicie desolada y abandonada durante siglos. Qué bonito es este sitio, y qué frío tenían que pasar aquí en mitad de la nada, seguro que nunca se llenaba la iglesia.

Cómo no recordar en ese paseo nuestro convento de dominicos, también en ruina decrépita hace una década, también de arcos de medio punto al aire libre, también con higueras y enredaderas salvajes invadiendo la iglesia. Embriagados de un inevitable sentimiento de hermanamiento entre la ruina, la fe y el tiempo.

El monasterio, geográficamente ubicado en la Tierra de Campos de la España Vacía, ni es un gran desconocido ni un recurso turístico de masas, pero sin duda merece visita como uno de los destinos más atractivos de la provincia zamorana. Muy cerca se ubican las ruinas de Zamora la Vieja, a dos kilómetros de San Cebrián de Castro, un conjunto amurallado y arrasado por el devenir de los siglos en la orilla del río Esla del que apenas sobreviven los restos del castillo de Castrotorafe. Solo me llevas a sitios abandonados, si me tirases al río no me encontraría nadie, aquí no hay quien llegue, casi rompes el coche por querer venir por estos caminos. ¡Mira, un dron encima de nosotros! Quizá nos esté vigilando por haber entrado al castillo. Al menos habrá pruebas. Parece que la Diputación de Zamora compró el castillo hace unos años y ahora está vallado pero abierto, así puedes pasar a contemplar la ruina desahuciada sin que la Diputación tenga que pagar el salario de un vigilante ni asumir el riesgo de accidente entre torreones apuntalados.

A unos cuantos kilómetros de este castillo, en el mismo río, el Esla, se construyó el embalse de Ricobayo hace casi un siglo, poco antes de la guerra civil. En la zona que iba a quedar inundada, existía una iglesia visigoda tan vieja que ni siquiera había empezado la Reconquista cuando la construyeron. Decidieron trasladar la edificación piedra a piedra para rescatarla del ahogamiento y ubicarla junto al pueblo, El Campillo, de 32 vecinos según nos informaron. Y la iglesia de San Pedro de la Nave es un espectáculo de intimidad y paz, de sobriedad y mimo. El capitel grabado que representa el sacrificio de Isaac a manos de Abraham es inolvidable. Aquí tampoco hay nadie, ¿dónde buscas los destinos? ¿en una guía turística para misántropos? Junto a la iglesia han construido un centro de interpretación austero, y quizá innecesario, ¿quién necesita leer el nombre del arquitecto que supervisó el traslado pudiendo entrar a la iglesia a embriagarte de trascendencia secular y artística? Solo el silencio y un hilo de decoraciones geométricas que biseló un bárbaro visigodo en el siglo VII.

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