
Joan Cañellas, alegría por soleares.
Here upon theses stones we will build our barricade.
In the heart of the city we claim as our own.
Each man to his duty and don’t be afraid.
Wait! I will need a report on the strength of the foe.
[Building the barricade, Les Miserables]
Alguna noche vi a Joan Cañellas de marcha en la Escuela -garito culipardo- con otros compañeros de equipo como Aguinagalde o Kallman. Parecía mentira que un tipo con esa ruda fachada pudiese ser tan joven. Aparenta, por lo menos, ocho años más, amén de un tanto feo y pre-calvo.
También parecía mentira que pudiese ser tan ágil como demostraba por la pista del Quijote Arena con ese aspecto torpón y atípico: es el único jugador de balonmano que corre como los de fútbol-sala, con el centro de gravedad bajo y arrastrando los pies por el parqué; vivíamos con miedo de que sus piernas apenas pudiesen hacer brincar a un cuerpo de dos metros y cien kilos. Menos mal, para mitigar temores, que también estaban otros como Abaló o el propio Kallman que daban la impresión opuesta, como si sus gemelos fuesen muelles demasiado potentes para esas figuras estilizadas y pudiesen tomar cafés en el salto desde el extremo.
No es habitual encontrar un central que sea capaz de defender en el núcleo de una defensa 6-0, y menos con ese aire de ausente, como si uno pudiese bregar con pétreos pivotes que buscan un oasis en la línea de seis metros con la mente puesta en la lista de la compra. Y viendo los resultados no queda duda de que la cara no es de despiste, sino de concentración, aunque cualquiera lo adivinaría, que ni al anotar un gol su cara expresa la alegría y rabia de Rivera o Víctor Tomás. En ese sentido su carácter es más bien yugoslavo, contagio quizá del gran Sterbik, cuyas muecas de alegría celebramos como los padres cuando su retoño sonríe y babea.
Pero ahí está el farmacéutico, como another brick in the wall junto a artistas de la destrucción como Viran o Gedeón, asumiendo roles a medida de los retos, nunca disonante. Igual recreciendo barricadas que bailando acompasado con Entrerríos en ataque, cruzándose como en un paso de sevillanas en pos del desorden defensivo y, si la ocasión lo requiere, percutiendo por el centro para hundir defensas mientras decide que la opción más factible es habilitar a Maqueda para un lanzamiento cómodo que sume un punto más en la competición.
Y así hasta llegar a ser, pasito a pasito, otra vez Campeones del Mundo para constatar el teorema de que magia más esfuerzo igual a victoria.





