2023: más vale cuarenta volando que pájaro en mano

Cubierta del convento dominico [pic by V. Martín]

En los vértices del tiempo
anidan los sentimientos.
Hoy son pájaros de barro
que quieren volar.

[Pájaros de barro, Manolo García]

Este pasado año tocó cambar el dígito de la decena de la edad al 4 y, desde luego, se me ocurren mil motivos más contundentes para definir el concepto de crisis. En el fondo, las crisis de la edad son un privilegio del confort, una prebenda del conflicto existencial de pisar hitos intermedios y prever el final entre la niebla. Papá, entre tú y yo tenemos cuarenta dedos, igual que tus años, confirmó tu mente matemática una tarde de septiembre.

Sería imposible pensar que vosotros, tan principiantes e inocentes, supieseis lo que significa una crisis, lo que es una depresión económica o una dificultad psicológica. Tú mismo ni siquiera puedes creer que haya cosas que no alcanzas a comprar con las monedas de la hucha y que haya personas malas en el mundo que sientan incluso tener motivos para serlo, como en Pascual Duarte. Te angustian los malos y adoras a los cariñosos, quizá tengamos que aprender taxonomía contigo.

Mientras tanto, avanzamos día a día, y no paramos de sorprendernos. Me fascina tu percepción sensorial. Tus olores: papá, en la calle huele a pulpo asado. Tus sonidos: papá, cuando se me mueve el diente suenan cascabeles. Tu inequívoca percepción del tiempo: papá, ¿ha pasado ya un rato o solo medio rato?

El mundo de hoy: la guerra y la orfandad moral

Vivimos tiempos de guerra y tú dudas: papá, en las guerras, ¿por qué no se lo juegan a piedra, papel o tijera? Y no sería fácil explicarte que las guerras nunca se hacen para conquistar la paz, solo se hacen para ganar. A toda costa. Tu hermano sí comprende que donde no hay molestia hay paz: soy Alfonso y no me molestes. Y ha aprendido que conviene dosificar el cariño: abuelo, el abrazo que le he dado a la abuela lo compartéis.

Habitamos un preocupante mundo en llamas en un tiempo líquido y vanidoso, y eso me preocupa, valga la redundancia, solo por vosotros. Vienen mal dadas para la verdad, porque se hace negocio de tergiversarla, para la humildad, porque se desdeña su elegancia moral, para la justicia, porque se empeñan en exprimir la interpretación a la conveniencia de la arbitrariedad, para el trabajo, porque sale mucho más caro que la abulia, y para la honestidad, porque no queda margen para el decoro razonable. Qué casualidad que, en marzo de este año, una joven profesora de arte me descubriese el lema familiar del obispo Sebastián Ramírez de Fuenleal, entroncado con este sentimiento de orfandad moral: «que tu diestra te conduzca a hacer proezas a través de la verdad, la humildad y la justicia» (Salmo 45).

Cronología breve

Hay años más vehementes y otros más anodinos, y este que se ha esfumado cabe bien en el primer paquete. En el principio fue la recuperación de la mononucleosis de Cayetano, el bautizo de Elisa y la extirpación de un lunar incómodo en la espalda que, según dicen, era nocivo aunque yo no lo viese hacer nada malo. Por primera vez, también, presentamos un vídeo muy chulo en Fitur. A principios de febrero, un jabalí se cruzó de noche en la carretera al paso del secretario municipal; le llevé a la ribera del Záncara un bocadillo de tortilla de patata y una coca-cola y me devolvió el favor yéndose a otro ayuntamiento.

En marzo, el 16, llegó el momento más angustioso del año; Alfonso, enfermo, vomitó encima de mí después de cenar y se puso morado y frío, en mitad del salón, sin conseguir sostenerse en pie, con la mirada perdida. Todos los fantasmas del mundo bailando a nuestro alrededor hasta que, a la respuesta del grito y el zarandeo, vino Yoli y regresaron el color y la mirada. Ya se acercaban las elecciones municipales y los descuartizadores de golondrinas hacían su agosto por adelantado; hubo miedos y titubeos de alcaldes y candidatos que Benjamín resumió a la perfección: «somos seres vulnerables». También Rafael Narbona se demostró vulnerable una noche del 22 de abril porque vino a hablar de la Ira y se marchó iracundo y Cesitar enseñó que todos somos vulnerables al vino en el patrimonio maridado del 29 de abril.

El 1 de mayo el joven intrépido Teo atravesó, decidido, el pasillo central de la iglesia para ir a cumplir su misión en la pila bautismal románica. Para celebrar san Isidro, compartimos un jamón de esos de muchas jotas donado por María Melgarejo y que alberga un origen de recelo. Y unas semanas más tarde, tras interminables semanas de maquetación de programas electorales y lejanos mítines, el 28 de mayo renovamos la alcaldía de Villaescusa de Haro con el sabor agridulce de las derrotas por la mínima en la Diputación de Cuenca y las Cortes Regionales. El 17 de junio tomamos posesión con ilusión, determinación y confianza; debemos ser siempre conscientes de nuestra responsabilidad, aunque, quizá por décadas de deméritos, todo el mundo tenga derecho al honor salvo la clase política.

A la semana siguiente todos lloramos emocionados en la fiesta de fin de curso del primer año de la escuela reabierta, y quizá este hecho no sea significativo de por sí, pero queremos recordar y valorar. El último día del semestre, allí en Cuenca, Chana sacó 13 votos y yo me quedé con 12 en la elección de presidente provincial, un uy muy remoto pero simpático que aproveché para reprocharles, delante de Page, su sectarismo y para recordarles la parábola del administrador infiel de Lucas.

El segundo semestre del año empezó igual, de campaña electoral para afrontar unas elecciones generales en plena canícula. Poco apetecible lo de mezclar lemas políticos y sudor. Triunfó la exposición de las madonas de Leonardo da Vinci en el convento de los dominicos igual que, en el mismo lugar, Javier Rupérez pregonó con su maestría y sensatez habitual el 14 de agosto. Entre medias, la visita al notario fracasó y, en consecuencia, la idea del proyecto propio sigue en espera.

Como otros veranos, Pablo y yo fuimos a la serranía conquense para disfrutar de una ruta en bici desde Priego, y resulta siempre tan placentero que queda la tristeza de la rareza, incluso a pesar del radio roto en Poyatos. Elisabet me robó el trabajo de maquetación del libro de fiestas por vez primera desde 2011, y lo mejoró, pero todo quedaba a expensas del inesperado escollo veraniego: la mutilación de la visita saboyana. Siempre en los momentos más inoportunos surgen los problemas más inesperados; la cascada de mando se había quebrado y autorizaban una representación de solo quince soldados. Gracias a Rafael Dengra y, en parte, a Gómez Reyes se enderezó el contratiempo. Para redondear el caos, el 4 de septiembre cayó una tormenta histórica, a la que hoy en día apellidan Dana, que confluyó en un río de agua, barro y lodo que arrasó las instalaciones deportivas y causó exasperantes daños. Ya nos hemos acostumbrado a la tortura.

El final del año vino como una montaña rusa. A la emoción del embarazo siguió la coincidencia un 5 de noviembre del final y del principio, ratificado, lo primero, el 7 de noviembre tras la posibilidad de una tristeza y, lo segundo, en feliz ecografía del 27 de diciembre. Y el 8 de noviembre desembarcó Federico para demostrar que el río lleva agua y no te bañas en la misma dos veces. Hasta el último suspiro del 29 de diciembre se mantuvo también la incertidumbre de la hipoteca, como para clausurar las dos heridas de la angustia de la Navidad de dos años atrás. La vida sigue sin pedir permiso.

Los libros del año

Las lecturas de este año han sido tan variadas que resulta complicado clasificar o elegir porque son incomparables en su concepto, ambición y desarrollo. Me quedo con cinco recomendaciones. En primer lugar, sugiero con fervor La ciudad de los vivos, del periodista italiano Nicola Lagioia, una historia absorbente basada en hechos reales que deja a la intemperie almas quebradas. Merece la pena disfrutar con Queridos niños, novela de una campaña electoral ficticia muy bien pergeñada por David Trueba, divertida y reflexiva, hilarante y certera. Me resulta imprescindible el compendio de relatos de A sangre y fuego, de Chaves Nogales, he leído pocos libros de relatos tan redondos, enmarcados con sensibilidad en los entresijos de la guerra civil patria. Quizá La utilidad de lo inútil, de Nuccio Ordine, me debiera haber conmovido más, pero solo destacaría el último capítulo acerca de la dignidad humana, que bien merece la lectura. Y, por último, el esbozo biográfico de Javier Rupérez titulado De Helsinki a Kiev: la destrucción del orden internacional, una mirada lúcida a la diplomacia y la geopolítica de la guerra fría que nos permite distinguir lo que ha cambiado el mundo en medio siglo, porque donde hubo obsesión por la paz ahora hay fragilidad y vanidad.

Un extraño turismo

Hacía años que no viajábamos tanto, supongamos que por los pañales y los quehaceres. Bien es cierto que el manojo de destinos escogidos puede causar extrañeza, mofa o pena: Zamora, Teruel, Salamanca, Badajoz. En un contexto turístico de destinos abarrotados y búsqueda de lo exótico, no se me ocurren, en verdad, visitas mejor seleccionadas para escapar a la masificación y lo hortera.

Nos escapamos con el frío del principio del año a Zamora y su Tierra de Campos. A dormir bien, a comer mejor y a beber virtuoso vino de Toro, en resumen. Estuvimos solos en el monasterio de Santa María de Moreruela, en el castillo de Castrotorafe y en la iglesia visigoda de san Pedro de la Nave, como una silenciosa excursión al pasado, al olvido, al vacío. Paseos nocturnos por la Zamora románica, bien cuidada y sin estridentes aspiraciones, castellana entera aunque se quiera leonesa, de gastronomía recia y vinos contundentes. Y no olvidar visitar el pórtico de la Majestad de la Colegiata de Toro.

En junio celebramos el fin de campaña electoral junto a aragosaurios y tiranosaurios en el parque temático de Teruel, tan recomendable para visitas familiares. No recuerdo el nombre del hotel pero sí que estaba preparado para familias y niños, con piscina de dinosaurios y sala de juegos, lo que necesitábamos para domesticar a la prole. Nos acercamos también a Albarracín y, sin embargo, disfrutamos más en la vuelta a casa pasando por las ruinas de Moya y por el monasterio de Tejeda en Garaballa.

La providencia quiso que la compañía aérea cancelase nuestro vuelo a Italia, y tras el contratiempo tuvimos que agradecerlo por cuestiones logísticas que pasan por extravío de identidad materna. Nos subimos a una especie de vaporetto entre el aeropuerto Marco Polo y el corazón de la isla de Venecia. No era muy inteligente pasear una mañana calurosa de final de junio cargados de maletas y niños por los callejones masificados de Venecia, pero la pizza, el helado y el café terminan siempre compensando allí los sacrificios inútiles. Estuvimos en una especie de zoo sostenible y todas las noches íbamos a por el helado, mimetizados con la esencia de su felicidad.

En agosto nos escapamos a Vilvestre, que está a cinco horas de casa, como sabes calcular. Tienes Belmonte a 5 minutos, Pedroñeras a 15, Cuenca a una hora, Madrid a hora y media y Vilvestre a 5 horas, y con esas medidas puedes calcularlo todo. Vilvestre está en el corazón de las Arribes del Duero y, aunque nunca parecía cambiar el horizonte de la meseta castellana, allí el Duero había horadado un nuevo paisaje verde y profundo que, además de su belleza, ofrecía la utilidad de las grandes presas hidroelétricas, como las de Aldeadávila y Saucelle. Conocimos bodegas con vino de Juan García en las cuevas de Fermoselle, nos bañamos en el Duero Internacional y en una playa en Aldeadávila, desde donde fuimos nadando de un país a otro atravesando el río. Comimos en la posada de la Urraca de Fermoselle antes de vivir unos extraños correfuegos en la feria de Aldeadávila. Disfrutamos mucho del paseo en barco por el Duero desde el aparcadero de Vilvestre aunque no nos atrevimos a alcanzar el mirador de Felipe.

Ya en octubre nos acercamos a Badajoz, para cumplir con nuestro compromiso anual junto al Regimiento Saboya. Por primera vez para disfrutar varios días y conocer Elvas y Olivenza. En la fortaleza de Elvas un guía jubilado te dijo que como antes no existían Ronaldo ni Casillas entonces hacían guerras, y eso lo recuerdas mucho mejor que las batallas en la frontera. Conociste el Burguer King y ni te hizo ilusión. A la vuelta paramos a disfrutar de Mérida, que bien lo merece, y de un muy tranquilo viaje a casa que nos hacía olvidar que los pequeños pudiesen alterar planes. Otros momentos vendrán y serán bienvenidos por necesidad.

Pinus Pinea y las siete inesperadas plagas

Los 97 pinos piñoneros del Pastel, noviembre de 2023.

Sabed siempre, pequeños, que hay fechas que resultan difíciles de olvidar, como el día de vuestro nacimiento. Domingo 8 de marzo de 2020, gran manifestación en defensa de la igualdad de la mujer en Madrid, alentada por Irene Montero mientras le susurraban que un virus desconocido había llegado de Wuhan, en China, al norte de Italia. La semana siguiente fue frenética hasta el punto de que, aunque lo hayamos olvidado, decretaron el estado de alarma y nos encerraron en nuestras casas con urgencia e improvisación: no podíamos salir a dar un paseo al campo pero sí acudir sin mascarilla a espacios cerrados como al despacho de la panadería.

Pero aquel 8 de marzo, en el pueblo, éramos ajenos a todo aquello, y felices, plantando 97 pinos piñoneros junto a los hermanos Jorge y Teodoro en una pequeña parcela ubicada en la intersección entre el camino del Saz y el camino de Las Casas que primero había labrado Andrés Lavara y después había roturado José Sánchez.

En ningún sitio estaba escrito que debiésemos hacerlo y, quizá por esa razón, el hecho se convierte en algo tan trascendental. La utilidad de lo inútil, titula Nuccio Ordine. De un lado, la parcela, de propiedad familiar y que por su escaso tamaño no se consideraba golosa para venta y explotación agrícola, así que, de rebote, mitad heredada, mitad comprada, esa casi media hectárea a un kilómetro de casa había caído en nuestras manos. De otro lado, la elección del pino como un árbol robusto y adaptado a este clima extremo, con la aspiración de dar uso a esa tierra y partiendo de la premisa innegociable de no comprometer trabajo continuo durante años para su cuidado.

Parcela impoluta antes de contratiempos, julio de 2020.

Y es que, en teoría, la cosa es así: pones el pino y te olvidas, crece despacio y sin ayuda por su carácter resiliente, como se dice hoy en día. De hecho, hay empresas que esparcen pinos por los cerros y, al cabo de años de olvido, esos montes desnudos se convierten en frondosos arbolados. En nuestro caso, la realidad ha resultado diferente, ignoramos si porque plantamos pinos en extremo sensibles que ansían mimos y caricias o, simplemente, porque las circunstancias naturales han derivado en una necesidad inesperada de cuidados. A la postre, esa fragilidad manifiesta ha requerido tantas horas de trabajo, quizá inútil y mal planificado, tantos ratos de azada e ignorancia, que ya podemos considerarlos de nuestra familia, como una paternidad desorientada y de alta demanda.

Su bienvenida fue ratificada por la pandemia de coronavirus, que no atacaba al pino pero condicionó su espíritu infantil por la soledad impuesta gubernamentalmente. Al poco, quizá por inadaptación al suelo, sus acículas empezaron a tornarse amarillentas y los pequeños arbolitos necesitaron suplemento de hierro, unos polvos granates disueltos en agua que olían a fragua.

En su primer invierno, tan frágiles, sufrieron la gran prueba de la Filomena, una nevada histórica que vino seguida de días de frío y hielo, y ahí intentaron aguantar su gélido enterramiento durante semanas. Dábamos por descontado que no podrían sobrevivir a esos termómetros de menos quince grados y, no en vano, años después todavía sufren los efectos secundarios de la congelación de su savia. Dos meses después, en marzo de 2021, me ayudaste a acompañarlos con ocho cipreses y un cedro del Himalaya; debía ser un cedro del Líbano pero Pedro decodificó la petición a su manera.

Filomena, días de nieve y semanas de hielo, enero de 2021.

Al año siguiente, en la primavera de 2022, un ejército de amapolas bañó toda la parcela de rojo y verde. La imagen era bonita pero ese batallón de flor viva escamoteaba toda la humedad de la tierra y, lo que es peor, atrajo a un pulgón destructivo que arruinó más de una decena de pinos e hirió a otra decena hasta que fuimos conscientes y, tras diagnóstico experto, atacamos al bicho gracias al pulverizador mochila de Yoli y al atrapa de Teodoro.

Mar rojo, junio de 2022.
Pulgón o como quiera llamarse ese bicho, agosto de 2022.

Ya en 2023 una severa sequía marcó la primera mitad del año. Cinco meses, desde finales de diciembre de 2022 hasta final de mayo de 2023, que se hicieron eternos para todos los agricultores de la región y sufrieron cómo se arruinaban las cosechas de cereal. Los pinos ya daban muestras de robustez pero tantas semanas sin agua deterioraban su entusiasmo juvenil. En mitad de la sequía, en marzo, repusimos 14 pinos tras velar los cadáveres de la filomena y el pulgón.

Y después apenas cayó una gota entre julio y agosto, meses de sol furioso y estrés hídrico. Hay pocas labores más ingratas y estériles que regar un centenar de árboles con garrafas de agua en plena canícula. Y en esas, de repente, en la sobremesa del 4 de septiembre, el cielo descargó un aguacero histórico, al que ahora llaman Dana, que dejó 78 litros por metro cuadrado en los alrededores. La tromba generó una riada por la afluencia de los arroyos de la Callejuela y de Sierra Nevada, y precisamente este último atraviesa una parte de la parcela de los pinos. La fuerza del inesperado río de agua, barro y vegetación arrasó algunos pinos, que quedaron en el suelo como humillados y enterrados entre la tierra y la broza. Tras los cuidados intensivos y sacudirles el barro una vez seco se podría ratificar que no tuvimos que lamentar ninguna baja.

No se me ocurren muchos otras desgracias más: la nevada, la pandemia, la sequía, la plaga, la tormenta. Bueno, sí, claro, faltaba el huracán. Ya no. El 2 de noviembre vino protagonizado por una ventisca inaudita con rachas de viento de hasta 108 km/h que tumbó grandes árboles en el pueblo. También dobló algunos de los jóvenes pinos piñoneros, así que hubo que recurrir a nuevos tutores más gruesos para enderezar el futuro de la verde prole.

No sabemos qué vendrá después más allá de la incertidumbre y la esperanza junto a vosotros, la pasión cotidiana. Nos estamos empezando a acostumbrar a estos contratiempos, así que solo queda creer y confiar. Estos árboles de lento crecimiento nos ayudan a asumir humildes lecciones de paciencia y resiliencia. Y no tenemos prisa, porque en el fondo su inutilidad los ha vuelto imprescindibles y solo aspiramos a que nos sobrevivan por imperativo de la naturaleza.

2022, bella ciao, ciao, ciao


Novena desde el coro alto de la iglesia del convento de justinianas.

Todo el mundo tiene restos de sueños
y regiones de la vida devastadas,
todo el mundo tiene una infancia
que resuena en las esquinas de su casa.

[Los jardines de marzo, La Bien Querida]

Un vistazo, por el retrovisor, a este 2022, concluye que he revisado más sentencias judiciales que novelas, que he estudiado más informes de intervención que ensayos, que he escrito más columnas de opinión política que entradas personales de blog, que he visto más intervenciones parlamentarias que películas y que he viajado mucho más por motivos políticos que por ocio o vacaciones.

Pero, a pesar de todo, no hay que perder las buenas costumbres y clasificar las diez mejores lecturas del año que pronto expira:

  1. Momentos estelares de la humanidad (Stefan Zweig)
    Volvería a leerlo mil veces. Puedes vivir sin adentrarte en estos catorce fragmentos de la historia seleccionados por Zweig, pero también puedes vivir en un zulo sin riñones ni ojos. Más aquí.
  2. España invertebrada (José Ortega y Gasset)
    Que España es un país invertebrado lo damos por sentado, pero que Ortega lo describa de forma tan certera en este ensayo hace sospechar que nos está vigilando por un agujerito. Pone en contexto el independentismo catalán para que sepamos que no tiene solución rotunda, solo márgenes de convivencia. Y nos recuerda que «tal vez ha llegado la hora en que va a tener más sentido la vida en los pueblos pequeños y un poco bárbaros».
  3. Los restos del día (Kazuo Ishiguro)
    Cada novela de Ishiguro es una obra de arte de orfebrería de exquisita sensibilidad. Un veterano mayordomo repasa su vida al servicio de una noble familia de la élite inglesa. La evolución social, la negociación de la humillación alemana tras la gran guerra, el amor discreto, la vocación de servicio, la obsesión por el trabajo bien hecho, y mucho más en un monólogo inolvidable e increíblemente verosímil.
  4. Hamnet (Maggie O’Farrell)
    De la biografía personal de William Shakespeare se sabe que se casó, tuvo tres hijos y el único varón, Hamnet, falleció a los 11 años. A partir de estas pinceladas de realidad, O’Farrell esboza una historia mágica centrada en la figura de Anne, su esposa, y en la agonía del pequeño Hamnet. Las lágrimas son inevitables en la catalogada como una de las mejores novelas del 2021.
  5. El hombre en busca de sentido (Viktor Frankl)
    El psiquiatra judío Viktor Frankl narra su angustiada existencia en un campo de concentración nazi. Por deformación profesional, intenta analizar el comportamiento humano, que busca un resquicio para conmoverse por un paisaje bello rodeado de cadáveres y que ansía entender el sufrimiento como un sacrificio que da sentido a la miserable existencia. Insiste en que tenían los días contados aquellos prisioneros que abandonaban la dignidad de lavarse, la ilusión por la sopa aguada y la necesidad de despiojarse al acostarse porque la apatía y la indiferencia son la antesala de la muerte. Por eso hay que hacer la cama todas las mañanas y dar un beso a tu pareja al despertar.
  6. El matarife (Sándor Márai)
    El atormentado húngaro escribió en su juventud esta novelita de iniciación en la que narra la historia del carnicero Otto Schwarz vía disección psicológica. Quizá no esté a la altura de sus grandes obras como El último encuentro o La mujer justa, pero merece mucho la pena y ofrece, en su sencillez, un argumento redondo. Podría convertirse en guion de un buen thriller de David Fincher.
  7. El príncipe moderno (Pablo Simón)
    El politólogo riojano ofrece un ensayo tan actual como ameno sobre política moderna. Sus enseñanzas están lejos de Maquiavelo a pesar del guiño del título, pero ofrece lecturas inteligentes de contextos presentes para entender un poco mejor porqué este mundo está tan loco.
  8. Decálogo del buen ciudadano (Víctor Lapuente)
    El sentido común europeo en este siglo XXI. Un moderno ensayo de ética social de un padre de familia numerosa que pide que creamos, aunque sea un poco, en Dios y en la patria. Lapuente es un progresista afincado en Suecia a pesar de que su lema «Dios, patria y familia» lleve el sello de Giorgia Meloni y del fascismo italiano de los años 30.
  9. Asombro y desencanto (Jorge Bustos)
    Esta prosa tan poética me confunde, a ratos deliciosa, a ratos presuntuosa, pero la mirada de Bustos a través de los paisajes manchegos de Alonso Quijano resulta lúcida y atractiva. Encontrar poesía en una visita por Belmonte a las cuatro de la tarde de agosto tiene su mérito. La parte francesa es más madura, pero más aburrida.
  10. Lanzarote (Michael Houellebecq)
    La han impreso solo para vender, es lo más simple e innecesario del genial francés, a años luz de Sumisión, Plataforma, Las partículas elementales o El mapa y el territorio. Pero, claro, sigue siendo Houellebecq.

Pocas novedades puedo ofrecer de cine y televisión. Nos borramos de Netflix y HBO, tras correspondiente agradecimiento a su labor en épocas pandémicas. Me embaucó Argentina 1985, me aburrió Alcarrás, me angustió Trece vidas y me volvieron a seducir E.T., el extraterrestre, La historia interminable o Charlie y la fábrica de chocolate, ahora ya con otros ojos.

Durante las noches de todo el año, para disgusto del gorila, nos ha acompañado la familia Pearson en This Is Us (Amazon Prime), cuya historia termina con nosotros, precisamente, en esta víspera de fin de año. Los hermanos Randall, Kevin y Kate son unos brasas a los que se les coge cariño a lo largo de su angustia existencial, cada uno cargado con un maletón de fantasmas propios. Han quemado tanto CO2 atravesando el país en avión de costa a costa solo para discutir con el resto de su familia que Greta los encarcelaría; Beth lo resume: «la familia Pearson es lo mejor y lo peor que me ha pasado en la vida». Más que una serie parece una parábola mística alrededor de un matrimonio ideal, la hagiografía de una madre todopoderosa y el recuerdo idealizado de un padre perfecto; qué insignificantes parecemos a la sombra de Rebecca y Jack. Kate cuadra el círculo cuando demuestra saber ponerle siempre la cola al caballo con los ojos vendados: «me tapáis los ojos, pero os ponéis todos a hablar y, si sé dónde estáis, puedo orientarme para saber dónde ir»; no se me ocurre forma más romántica de entender la familia.

Y hubo conciertos durante todo el año. Inolvidable In Paradisum en nuestra casa vía Réquiem de Gabriel Fauré. Y la adaptación imposible de La Primavera de Vivaldi al órgano barroco. O la ídem del Billie Jean de Michael Jackson en formato cuarteto de cámara con Chopsway String Quartet. En Segóbriga disfrutamos con las Tanxugueiras, nos emocionamos con Estrella Morente y recordamos la adolescencia con Revólver. En Uclés nos acongojó Lux In Tenebris y en Cuenca nos sorprendió la Misa de Coronación de Mozart en interpretación de la gran orquesta Ciudad de Granada.

Han pasado muchas cosas desde el primer «papá» del pequeño garrapato el 11 de enero de 2022 hasta el perfectamente inteligible «mira, Ca-ye-ta-no, estoy trabajando muy bien, pintando una calabasa que da mucho miedo» del 28 de diciembre. Han pasado muchas cosas desde aquel 13 de febrero en que el gran gorila dijo «papá, hoy no has dicho en todo el día ¡ay, señor!» hasta que en diciembre me preguntó que si Dios tenía teléfono. Han pasado muchas cosas desde la última nochevieja con alma de funeral y la última cabalgata de reyes con mascarilla bajo la lluvia hasta unas campanadas en las que los pequeños comen las uvas más rápido que los mayores.

Y, en el interludio, la vida nueva de agosto y la muerte del punto final de octubre, la inevitabilidad de este mundo; estamos más preparados para abordar la muerte que la vida. Se fueron también Isabel II, Pelé y Benedicto XVI, menudo trío. Además, en el interludio, las noches de alegría de esperadas graduaciones y de oposiciones exitosas, como escribió Sylvia Plath: «quizá nunca sea feliz, pero esta noche estoy contenta».Vino José Manuel Navia a fotografiar los rincones cotidianos de la Bella Excusa, Rafael Narbona a cincelar el alma del pueblo con cariñosa barrena de tinta y sudor y Lidia Simarro a dejarse la vida domesticando a los niños del pueblo después de cinco años de barbecho. Y, qué paradoja, al final aportan más de lo que se llevan, porque la buena gente tiene otra mirada y sonríe con plenitud y deja un rastro de benignidad que huele a hierba y lluvia. Miguel Ángel Valero, que afirmó que estoy condenado a la irrelevancia y sonrió cuando me llamaron besugo, y Vladimir Putin, que bombardea Ucrania y viola a las mujeres de Mariúpol, no huelen a lluvia sino a orina reseca. Antonio González insiste en que recibimos tres herencias, la genética, la del billetaje y la del alma, y que solo la última nos empuja a explorar nuevos horizontes y dar un sentido a la vida, aunque la realidad se empeñe en empañar la prosperidad con nuevas pandemias contra ovejas villaescuseras y contra pinos jovenzuelos. Vinicius hizo el gol de la final de la Champions para el Real Madrid, los Hernangómez le dieron otro Eurobasket a España sobre Francia y la locomotora de Wout Van Aert facilitó a su compañero Jonas Vingegaard su primer Tour de Francia. Y en el entretanto, la eterna obsesión por la justicia y la necesidad de sobrevivir a la injusticia, porque se corre el riesgo de perder la cabeza como Alonso Quijano, tan ávido de desfacer entuertos y facer la justicia en el mundo; Ratzinger recuerda que «la política debe ser un impulso de justicia y, por tanto, la condición básica para la paz».

Quedaría más bonito decir que Bruselas fue el viaje del año pero la verdad es que el 2022 se resume en ese viaje matinal en tren turístico desde Madrid a Cuenca, con su parte inútil al tener que ir en coche a Atocha para coger un lento tren de vuelta a casa, su parte romántica en las lágrimas de la estación de Huete por las oportunidades perdidas y las esperanzas pisoteadas, su parte incómoda porque Benjamín, Carlos, Fran y Dani ocupan mucho y tuve que buscar hueco en otra cabina junto a jóvenes amanerados y enamorados de la mística ferroviaria, y había políticos grabando discursos, y oportunistas ofreciendo borrachos de Tarancón, y fotógrafos en las lomas a lo largo del recorrido, y, sobre todo, un fin de trayecto a ninguna parte. Pero qué bonito se ve siempre el paisaje desde los ventanales de un tren, incluso a través de la Alcarria. Woody Allen lo explica todo mucho mejor en la escena inicial de Annie Hall: «dos señoras de edad están en un hotel de alta montaña y dice una ‘vaya, aquí la comida es realmente terrible’, a lo que la otra responde ‘sí, ¡y además las raciones son tan pequeñas!’; pues básicamente así es como me parece la vida». Pues eso.

Luz de (final de) agosto


Ofertas veraniegas en Garaballa.

De tanto jugar con los sentimientos
viviendo de aplausos envueltos en sueños
de tanto gritar mis canciones al viento
ya no soy como ayer
ya no sé lo que siento.

[Me olvidé de vivir, Julio Iglesias]

¿Iluso? Quizás. Queda bien pregonar delante de todos los vecinos que «el pueblo no es un resort vacacional, sino la vasija de la esencia decantada del tiempo» y que «el pueblo no es una estaca tradicionalista anclada en el pasado, sino un asidero de referencia para entender todo lo demás», pero luego se va apagando la luz de agosto y, al tiempo, se van deshojando las viviendas en cada calle. Resulta tan drástica la huida que menos mal que el drama se contempla escalonado, un desangrarse gradual e inexorable.

¿El pueblo como resort? La gente va de vacaciones a la playa, a la montaña, al extranjero, pero al final termina inevitablemente en el pueblo, sobre todo durante las fiestas. ¿Por qué? Supongo que el pueblo en fiestas permite disfrutar de un oasis de vida y libertad y airear el íntimo sentimiento de pertenencia a un rincón palpable del mundo. Que la gente lo necesita para entenderse, para tejer lazos con amistades y familiares poco coincidentes, para aferrarse a la devoción a un patrón o patria. Se va al pueblo por lo contrario que se va a un resort: a cansarse de fiesta, de deporte, de familia y de ruido en un nido bien conocido.

Para las personas mayores el pueblo es la infancia, que es decir que su pueblo es su patria. Emigraron a trabajar a Madrid y a Valencia y a Barcelona pero vivieron su niñez en el pueblo, y en su interior empuja con fuerza ese ímpetu de propiedad privada: tranquilo, Matías, nadie te va a robar la infancia, incluso aunque fuese precaria y pobre y ahora te parezca romántico recordar lo de ir a la fuente a por agua y los velatorios en la casa del vecino.

Para los jóvenes el pueblo es la fiesta, que es decir que su pueblo es su libertad. Sus recuerdos son veraniegos, de una utopía fresca, de amores de verano, amigas para siempre y días infinitos (porque, mi coronel, en los pueblos no existe muro entre la noche y el día). Rezo para que, cuando crezcan, ofrezcan a sus propios hijos el mismo privilegio de los veranos del pueblo: los estíos de todos los fluidos, de sudor, de sangre, de sexo, de alcohol, de saliva, de piscinas y de lágrimas. Solo en el pueblo puedes tener el privilegio de que un amor platónico te ofrezca un chaiselong de una hectárea para la eternidad.

No nos sentimos atrezo de un resort, simplemente insistimos en reivindicar una vida rural alejada del ruïdo, del prejuicio, del complejo de inferioridad, estemos los que estemos. No jugamos a la hipocresía, y menos a la idealización del pueblo, sino que tratamos de defender nuestros derechos, nuestros servicios públicos, nuestro bienestar y nuestra tradición. Sin victimismo, con ánimo de igualdad y de respeto. Poco más que ir todos los días en bici al cole, contemplar a nuestro patrón en el ocaso del sábado, no hacer cola para pedir un café, desentenderse de las citas previas, el huevo de las gallinas y la paz de la noche muda.

Dice Rafael Narbona que Villaescusa de Haro está hecha a la medida del ser humano. No sé qué significa eso, cada «ser humano» mide diferente e, incluso, ve la regla con diferentes ojos. Vino como pregonero y se fue como torero, con las dos orejas (se puede leer su pregón aquí). Rafael Narbona nos ha querido interpretar con una mirada fresca y una inocencia autoimpuesta, y así lo ha reflejado en el cuento «En un lugar de La Mancha». Sospecho que Narbona ha sentido el olor a tribu, una tribu antagónica al férreo individualismo contemporáneo.

Porque, en general, ya no somos tribu, aunque suene a perogrullada decirlo. La globalización líquida, el egoísmo individualista, las nuevas tecnologías alienantes, el aislamiento social y mil factores más nos han conducido al abandono e incluso desprecio del concepto de tribu. Los rescoldos del concepto sobreviven en el mundo rural y se manifiestan a ojos de lupas finas, como la de Narbona. Y donde algunos ven anquilosamiento y tradicionalismo, otros perciben un latido humano, una serie de eslabones ligados entre sí, un rayo de sentido a la vida comunitaria.

Saint-Exupery insistió en que solo una filosofía del arraigo que vincula al hombre a su familia, a su oficio y a su patria lo protege contra la intemperie. La alternativa consiste en convertirnos en ciudadanos desvinculados, solitarios, desprovistos de referentes históricos. Carne de ingeniería social, en definitiva, el caldo de cultivo ideal para alimentar odios y enfrentamientos que demagogos carroñeros aprovechan para manipular al hombre en su infinita soledad, según Juan Manuel de Prada.

Y en esa lucha por la tradición y el arraigo juegan un papel fundamental los pueblos, que no dejan de ser el alma de España como dijo el canadiense Gary Bedell.

Dialogi quattuor super auspicato Johannis Hispaniarum principis mortuali die


La muerte visita a la reina Isabel la Católica.

Quiero vivir dos veces
para poder olvidarte.
Quiero llevarte conmigo
y no voy a ninguna parte.

[Paloma, Andrés Calamaro]

Los Reyes Católicos tuvieron solo un hijo varón, Juan de Aragón, príncipe de Asturias. El pobre Juan falleció en 1497 a los 19 años, solo seis meses después de casarse con la archiduquesa Margarita de Austria. Las malas lenguas atribuyen su súbito fallecimiento «a la gran pasión marital que sentía por su esposa». Se puede intuir la tristeza y la pena de su madre, la reina Isabel la Católica, ante el fallecimiento de su hijo varón.

En aquel tiempo, Diego Ramírez de Villaescusa andaba por Amberes junto a Juana de Castilla, la tercera hija de los Reyes Católicos, ya casada con el archiduque Felipe el Hermoso desde 1496. El sacerdote villaescusero hacía las veces de consejero y capellán mayor de Juana, necesitada de asesoramiento y apoyo psicológico. Y allí en Amberes, unos meses más tarde de la muerte del hermano de Juana, en julio de 1498, Diego publicó un incunable en latín de título «Dialogi quattuor super auspicato Johannis Hispaniarum principis mortuali die» («Cuatro diálogos a la muerte del deseado príncipe Juan de España»).

El texto, que se puede descargar de la Biblioteca Virtual del Patrimonio Bibliográfico, se estructura en cuatro diálogos: uno primero entre la muerte y la reina Isabel, uno segundo entre Fernando el Católico y Margarita, viuda del príncipe Juan, un tercero entre los Reyes Católicos y un cuarto diálogo entre los mismo Reyes Católicos, padres del príncipe Juan, y la viuda Margarita.

Este tipo de escritos, con marcado enfoque moralizante y de consuelo cristiano, se difundían a modo de pésame, como si en vez de una corona de flores se quisiese enviar un ánimo de vida eterna. Por aquel entonces, además, Diego Ramírez no era todavía obispo, aunque fue inminente su nombramiento como Obispo de Astorga en noviembre de 1498. Sería aventurado aseverar que su homenaje al príncipe Juan hubiese podido tener algo que ver con su ascenso episcopal.

Sí podría intuirse, sin embargo, que los fallecimientos en la línea de sucesión favorecieron de forma nítida su poder en la corte como escudero de Juana de Castilla puesto que no solo falleció el príncipe Juan, sino también su hermana Isabel de Aragón, la primogénita de los Reyes Católicos, y su hijo, Miguel de Portugal. La Historia, caprichosa y azarosa, suele reservar sillones de honor a aquellos que, como Diego Ramírez, estuvieron el día oportuno en el lugar adecuado.

Y así es como casi cinco siglos antes de que Ingmar Bergman rodase El Séptimo Sello ya hubo un villaescusero que humanizó a la muerte y la mandó a establecer conversación eterna con la reina Isabel la Católica.

ex fructibus eorum cognoscetis eos

En aquel tiempo dijo Jesús: “¡Cuidado con los falsos profetas! Vienen a vosotros disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos feroces. Por sus frutos los conoceréis, pues no se recogen uvas de los espinos ni higos de los cardos. Así, todo árbol bueno da buen fruto; pero el árbol malo da fruto malo. El árbol bueno no puede dar mal fruto, ni el árbol malo dar fruto bueno. Todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego. De modo que por sus frutos los conoceréis”.

El ilustre villaescusero Gil Ramírez de Arellano quiso grabar para la posteridad su lema «Por sus frutos los conoceréis» de Mateo 7 en multitud de rincones de la Bella Excusa.

De fray Pablo de la Cruz a Santa Catalina de Alejandría


Homenaje de los dominicos a Santa Catalina en Villaescusa de Haro.

La miro pensando cuánto faltará para que empiece a odiar
la forma que tengo de amarla tan mal, mi manera de huir
que no puedo parar.

[Demasiadas mujeres, C. Tangana]

Un viernes, primero de cuaresma, 21 de febrero del año 1535, llegó a Villaescusa de Haro un grupo de una docena de frailes dominicos encabezado por fray Pablo de la Cruz, fray Lorenzo de Santa Catalina y fray Gaspar Portugués. El domingo siguiente predicó fray Pablo con tanta dignidad y satisfacción de eclesiásticos y seglares que les solicitaron que se quedasen allí y fundasen un monasterio de su Sagrado Orden.

Pocas semanas después, en marzo de ese mismo año, el concejo de la villa ofreció a la pequeña comunidad dominica un terreno libre de cargas y amojonado en la cuesta de Santa Bárbara. Y así, el domingo 23 de marzo, Domingo de Pasión, los predicadores ocuparon el interior de la ermita homónima, a día de hoy parcialmente en pie. Y allí permanecieron, entre estrecheces e incomodidades, hasta 1537 «soportando estoicamente todos los inconvenientes que ofrecía un lugar extramuros de la villa».

En 1537, los frailes se trasladaron a una casa que les asignó el ayuntamiento junto a la iglesia parroquial, en la calle de San Pedro, donde permanecerían hasta 1542. La leyenda narra que la mayoría de los doce obispos de la villa nacieron en esa calle que tantos siglos después sigue conservando su nombre, que también lo asume la propia iglesia parroquial. Se sabe, no obstante, que el obispo Sebastián Ramírez de Fuenleal, fundador y mecenas del convento de los dominicos, nació en la que hoy es la calle fray Fernando Mena, la empinada cuesta que baja desde el punto más elevado del pueblo a la plaza de la villeta.

Pronto se cumplirán cinco siglos desde que los dominicos se instalaran en la calle San Pedro, de forma temporal mientras se edificaba el magnífico convento al sureste, y aún perdura la portada de piedra que daba acceso a la vivienda conventual.

Coronando la portada, y labrada en piedra, destaca la rueda de cuchillas afiladas, signo del martirio de Santa Catalina de Alejandría, mártir del s. IV que falleció decapitada. Era costumbre entre las órdenes mendicantes, dominicos y trinitarios, establecer como santos intercesores en la génesis de las fundaciones precisamente a mártires como la santa egipcia. Recuérdese asimismo que uno de los dos frailes fundadores se llamaba fray Lorenzo de Santa Catalina; el otro, fray Pablo, dio a su vez nombre al convento, denominado originariamente «de Santo Domingo» y posteriormente «de la Santa Cruz».

La inscripción que se conserva en la portada reza: «VIRGINIS OB MERITUM MANET HOC MEMORABILE SIGNUM» (virgen por mérito, permanece este memorable signo). Esta estrofa pertenece a un canto en honor a Santa Catalina que se cantaba en su fiesta del 25 de noviembre. También se observa el grabado de una flor de la azucena, símbolo de pureza, relativo a la virginidad consagrada a Dios de la mártir cristiana.

Y el pórtico convive con los villaescuseros, tapiado y discreto, ajeno al paso de los tiempos, símbolo perpetuo de los comienzos humildes de un puñado de frailes mendicantes que conocerían el sabor de la gloria pocos años después gracias a la intercesión -económica y religiosa- del obispo Sebastián Ramírez de Fuenleal.

P.S. Qué inmenso agradecimiento a Enrique Lillo por investigar con asombro y de forma exhaustiva la historia de los frailes dominicos, a Juan Manuel Millán por saberlo todo sobre la historia del pueblo, y transmitirlo con precisión y pasión, y a Fernando Fdez Cano por el asesoramiento histórico-religioso.